“Si nunca te encuentro en esta vida, déjame sentir el vacío”

La cuestión poesía

¿Y la carne de misil? Se hace igual, añadiendo un kilo más de perejil.

Javier Krahe

Como el capitán Ahab tras Moby Dick, existen hombres condenados a desperdiciar su vida persiguiendo ideas y arrastrando con él a sus colegas. El coronel Gordon Tall es uno de ellos; pero en la urgencia por que acaten sus órdenes no hay poesía. La poesía está en tipos que cuestionan la autoridad con bases; en la delgada línea roja es James Staros esa llama que se gana la lealtad de sus soldados. Curiosamente, el olvido alcanza a estos individuos antes que a sus apasionados líderes.

La poesía no está en las palabras de un caballero ante la dama ni en las hojas de aquél canon Shakesperiano, la poesía está en las muestras al microscopio, y aun más entre la bilis, en la sangre que bombea por la herida; en la peste de un cadáver, en la válvula mitral o en un alveolo pulmonar; tal vez la buscamos en el lugar equivocado, en fragmentos del discurso, en palabras que no han perdido el sentido a pesar de ser leídas por tantos a quienes se nos escapa el significado.

Deja su huella en la calma antes de la masacre, en la tensión, en el miedo, en la sorpresa de la eternidad que pasa antes de morir a tiros; la poesía también es el viento que hace sonar aquello y es hermoso el ruido. El movimiento, los colores y la mugre, eso que queda, es el paso del poeta hacia la eternidad que se antoja pasajera. Poesía mora en lo que nos rodea, lo que finalmente no existe por ser tan evidente; en lo que no vemos porque no tiene nombre aún, en el punto de fuga, en lo otro, en nuestro lugar dentro de esta construcción lingüística; en nuestro proyectil ontológico favorito y en el sitio donde ya no hay lenguaje, ese de donde nadie vuelve.

La dualidad es producto de quien la percibe, esos seres que fastidian la conciencia están en la mente de todos, imperceptibles y tan presentes. Cuanto se divide es uno, como las monedas, como los astros, como los dioses. No es el extracto dionisiaco en lo apolíneo, es el Sí/No en nuestro psique, porque el uno y todo está en la naturaleza, está en lo otro; no contra su voluntad sino por ella.

Romper paradigmas lleva sólo a sustituir valores no a modificar nuestra percepción, aunque allí existe el lenguaje. Nos olvidamos de que no podemos guardar nuestra subjetividad en un cajón, lidiamos con ella; ajusta nuestras concepciones como a los órganos que limita y contiene la piel.

La creemos en los versos de Becker, de Paz, en los cuentos de Cortázar ¿Cómo asegurar que hay poesía en algo tan fragmentado? ¿Cómo creer que lo ya escrito, que lo ya sido, esa cosa sanguinolenta sumergida en formol, es poesía? Cómo ver la momia del lenguaje en la escritura y elogiar la belleza de Cleopatra. Esa paradoja, esa vida después de la vida de un árbol; el libro, es el hombre.

¿Pesa saber lo que somos? Saber que “nuestra ruina beneficia a la naturaleza”, que si la raza humana desaparece, en un siglo cuando mucho, todo volverá al vientre fecundo de la tierra. Pesa, claro que pesa envasar poesía en palabra; pero, pensar en lo que se escribe como poesía, tener la vaga idea de que se encuentra en los libros es lo que nos ayuda a cargar sobre nuestros hombros el peso de ese conocimiento

La gente que vale la pena se distingue por algo; ser un empleado de juzgado que “preferiría no” y aun así murió; un erudito condenado a un campo de concentración durante la guerra; un soldado que muere por quitarle el seguro a una granada; un romano que huye de una batalla soltando el escudo; un filosofo que prefiere la muerte antes que el destierro; un hombre  millonario que atiende al elemento nimio que define el resultado; una secretaria ocupada en horas insustanciales. Algo se quiebra en sus vidas y entonces hay poesía, la gente que vale la pena se distingue por ese algo que es poesía.

Por poner entre signos de interrogación palabras como cultura, democracia, conspiración, historia, derecha, izquierda; se asesina y encarcela, por poner entre signos de interrogación la palabra autoridad o reconocerla en alguien más ocurre lo mismo y hay poesía en eso; Tlatelolco es tema de muchas obras.

Nos damos por agua viajando del cómo al por qué, del por qué al dónde, del y ahora al para qué… dificultamos el acceso a nuestras vidas para provocar el deseo de vivir. La poesía es un puente para ese silencio.

“La poesía nos recuerda la posibilidad de la nada y entonces vemos que hay algo” hay algo en el movimiento del césped antes de la lluvia de balas, porque nadie pidió estar en esta guerra y no queremos morir porque se nos ordena; aunque morir bajo los rayos del sol que atraviesan las hojas imperfectas de los árboles no suene tan mal. Nos queda la esperanza de que haya alguien cuidándonos, que le dirá a su superior “No les daré una orden que los matará”.

El viaje es el destino y este rio corre en una sola dirección. Uno ve muchas cosas cuando no va a ninguna parte. No ayuda ni esa “sublime monomanía sagradamente emparentada con la locura” que condenó a Mendel el de los libros.

Quizá la vida de un ser humano y la creación de sus grandes obras no se trata de un a pesar de como Zweig asegura, esa vida, ese resultado de vivir haciendo de sí mismo una obra de arte, ese todo por lo que pasé sea la condición sin la cual no hubiera logrado lo que consiguió, como si el genio de Hölderlin se ennobleciera y perpetuara con su locura, con su incapacidad para concentrarse en una idea. Quizá por el contrario, Mendel no hubiera encontrado la grandeza si su fin no hubiese sido tan trágico; es demostrar que lo que surge se hunde y que el iceberg esconde más de lo que vemos.

Dejarlo todo como está es una alternativa que casi nunca se contempla, Bartleby, el escribiente se fue al extremo; convirtió en vicio su pasión. El motivo es un misterio, casi tan insondable como los eritrocitos nucleados de los reptiles o el karma que arrastra a las palomas sin vejiga a las plazas públicas. Saber que la cafeína es un vasodilatador y que beber café caliente te va a dejar helado no va a quitarte la costumbre de exigirte una taza; darse cuenta que el alcohol tiene el mismo efecto tampoco te hará no beberlo.

A mí no me advirtieron que “todo estaría muy mal antes de mejorar” pero allí también está la poesía; en el frío de la mañana, en la comida del medio día, en un cuadro de costumbres. Ahora pienso en preguntas por las que valdría la pena clavarse en la inutilidad entre navidad y año nuevo. ¿Por qué el pollo cruzó la carretera? Asunto es el acto en sí ¿qué alternativas tenía? Me gusta creer que fue su orgullo, su valor, su entereza, su incapacidad para seguir las órdenes de un superior o su valor para acatar sin cuestionar lo que le piden.

Es un pollo, su corazón no es humano; su acción fue un azar, un seguir a la madre, una satisfacción de necesidades, un instinto de supervivencia que justo, los  seres humanos compartimos; aunque ni el pollo ni nosotros; ninguno sepamos porque hacemos las cosas.

Lealtad, valor, honor, responsabilidad, reglas, peligro, razón, necesidad, miedo, apetito; esa oscuridad lo plaga todo. Nadie es consiente tampoco de que hizo cuando lo hizo, no ve el último eslabón de la cadena. Sólo queda sentir que hacemos un poco por este mundo, por sus personas y por nosotros; ayudarnos a bien morir.

Todo texto tiene un contexto y sacar una oración del discurso la condena a la agonía inefable de ser clisé, a repetirse, a deformarse, a enfermarse de olvido y salir de él cada vez más destruida; como los hombres que pierden el rumbo de sus vidas y mueren sin una cicatriz, sin condecoración, mueren si siquiera haber vivido..

 “Si nunca te encuentro en esta vida, déjame sentir el vacío” son las palabras de Eduardo Sacheri; es la oración sincera hacia un ser que nos falta; la suplica de que no llene ese vacío con su ausencia, esperar que la puerta cierre por completo, que no se quede en el umbral ni en el quicio. La muerte, también es vacío.

Ese vacío también es poesía, por eso era imposible que no estuviera Dios, por eso en la práctica, el vacío es eso que no existe ni en las cámaras de los laboratorios de física. Hay poesía en Mendel el de los libros porque quien lo narra hace presente su ausencia lo vuelve a la puerta como en la pata del mono; lo mismo ocurre en Bartleby el escribiente. Hay poesía en ambos porque nadie espera que su memoria aclame lo que ya no está y ocurre; fueron llamadas al recuerdo esas vidas insustanciales que resultaron significativas para otros seres humanos, lo suficiente para olvidarlas.

De La Imposibilidad y Otras Inconveniencias

Hölderlin y la esencia de la poesía. -Martín Heidegger

Guadalupe Franco

 «Descomponer tu mente y aceptarla como es; no hay figuras brillantes ni madres infinitas, nada.»

I heart huckabees

¿Quién decide lo que leemos? son acaso nuestros amigos que no saben regalar otra cosa, somos nosotros y nuestros demonios; son los críticos o los profesores; no, son los editores. Son ellos y sus prejuicios, eligen a quien publicar y por lo tanto a quien van a destrozar los críticos, en que librerías y bibliotecas los tendrán o en que facultades serán solicitados; a fin de cuentas, en que escritorios van a cubrirse de notas amarillas y motas de polvo.

Juan Villoro no se va tan lejos, él escribe que las bibliotecas son almarios y que los libros eligen a su lector. Para Zweig “los libros resguardan materialmente la energía creadora, son estímulo eterno, un pequeño trozo de infinito” si es análoga en un libro el alma, será poesía; la esencia del escritor es su garabato en tinta, la esencia de la poesía es lo que hace el poeta con la palabra, poner una cosa en ser, en esencia, nombrarla. Sócrates cree que no cualquiera le da nombre a las cosas, que necesita al ebanista de la palabra, dice que un legislador nombra y un dialéctico juzga la correspondencia cosa-nombre. ¿Y el poeta? El poeta inclina la cabeza. .

Heidegger elige los versos de Hölderlin para ilustrar la idea de que al hombre le otorgaron el más peligroso de los dones para ocuparse en la tarea más inocente; colocar el fundamento de lo permanente y morar el infinito en esa finitud tan suya. Lo elige a él porque lo esencial de la poesía está en hablar, “hablar es buscar la palabra, encontrarla es siempre una limitación” y no hay poeta que haya fijado mejor su imposibilidad de nombrar sus impresiones como Hölderlin, un hombre que añoraba ver renacer la Grecia antigua en la Alemania moderna, cuyos nervios destrozados otrora expresaban en imágenes la tarea divina del poeta, mensajero y víctima de los dioses.

No podemos separar lo que leemos de estímulos internos ni externos; por eso, aunque elegimos, y restando culpas; no elegimos lo que leemos, es causa. Cuando tomas el libro para trabajar en él lo lees distinto que para quedarte dormido, notas otros detalles y el significado que tengan para ti es distinto. Los escritores tampoco pueden separar sus mundos, son las emociones, es el frío y la desilusión, son los proyectos nuevos y la expectativa lo que se queda atrapado en el libro y le da vida. Para Sierra I Fabra es trasvasar la emoción, es embazar ese sentimiento que nada tiene de esencial por ser a todos propio, pero que se personaliza cuando se trasmite al lector; es el terror en Lovecraft o el horror en Quiroga, es la angustia en Saramago.

Como humanos, observamos pinturas y paisajes; escuchamos música, vamos al teatro, aprendemos algunas cosas, leemos más; porque buscamos enriquecer nuestro capital simbólico, ese algo que se expande indefinidamente, que se abre paso entre convicciones y dogmas; yo creo en mi capital simbólico como podría creer en el nombre de las cosas, los lugares y las personas; pero no creo en el nombre, porque Dios no tiene un nombre, a pesar de que existe lo inefable, no puede tenerlo y entonces no es un ídolo porque la esencia de un ídolo es su nombre; si no puedo creer en el nombre, entonces creo en poesía, creo que la poesía lo puede todo, incluso elegir donde estar y como manifestarse.